miércoles, febrero 20, 2008

19-02-2008

Uno tarda mucho tiempo en darse cuenta de que la tristeza es un vicio y que como buen vicio acaba por enganchar. Son las 16:50. Doce o trece minutos por encima de los minimamente necesarios para llegar a tiempo a la oficina. Durante toda la mañana ha estado lloviendo. Contemplo el horizonte más alla del frio caparazon de antenas y azoteas que encierran mi ciudad. En este preciso instante, a lo lejos, abriendose paso entre el cielo nuboso, el sol de media tarde ilumina timidamente pequeños rincones de la campiña regalando un verde tan vivo que resulta casi insultante pensar que no saldra de la oficina hasta bien entrada la noche. Aquel viejo verso de Wordsworth vuelve a mi memoria. Suspiro. Intento sacar fuerzas de donde nunca las tuve. Esto del trabajo es un engaño. Uno muy grande.

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Millones de años nos contemplan, y aqui estamos. Esclavizados. Imparable avanza la tecnica, mientras la moral continua estancada por segundo milenio consecutivo. La evolucion, en su vertiente más practica y economica, esta conduciendo al hombre hacia una agrupacion social que asusta por su simpleza. La colmena universal.

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"Envases de yogurt vaciados en escayola". Un pseudo-artista presenta su coleccion en ARCO. Tan solo quince euros la pieza. -"Arte para todos", comenta. Diez segundos de telediario que golpean a traicion. La universalidad del arte medida por su capacidad de adaptacion al flujo monetario. Nietzsche tenia toda la razon del mundo: Dios ha muerto. Sus restos, junto a los de mis ultimas esperanzas, se venden a buen precio en la feria de arte contemporaneo de Madrid.

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Pequeños placeres y personas cercanas. El ultimo refugio.

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